Estampas animales de Bahía de Banderas
Por: Fabio Cupul / Universidad de Guadalajara
Bahía de Banderas, región que incluye los desarrollos urbanos de Puerto Vallarta y Nuevo Vallarta, está embebida en un paisaje diverso que comprende islas, océano, playas, manglares, ríos, montañas, selvas tropicales de hoja caediza y subcaediza, palmares y hasta bosques de pino y encino. La gran variedad de ambientes o ecosistemas de la bahía, favorecen la proliferación de una amplia gama de vida animal y vegetal que representa su verdadera riqueza y sobre la que se apoya su atractivo e inclinación turística. Bahía de Banderas es compartida territorialmente por los estados de Jalisco y Nayarit, albergando más de la mitad de los ambientes vegetales que se encuentran en ambas entidades. Es considerada como una de las regiones más ricas en mariposas de México y del estado de Jalisco, ya que se han registrado poco más de 480 especies. También es reconocida como un punto caliente u “hot spot” por los observadores de aves, los cuales disfrutan de la contemplación de aproximadamente 369 especies de aves (cerca del 35% del total de especies documentadas para el país) de hábitos acuáticos y terrestres.
Bahía de Ballenas
La vida está en constante renovación dentro del mosaico de hábitats que conforman la bahía. Así, año con año durante los meses de noviembre a abril, apacibles mamíferos gigantes convierten sus cálidas aguas costeras en una gran sala de maternidad acuosa y en un recinto para el amor y el sexo. Son precisamente las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) quienes, después de un largo trayecto de varios miles de kilómetros -desde sus territorios de alimentación veraniega en el mares de Bering y Chuckchi-, se desplazan hacia estas aguas para parir a sus ballenatos y sembrar las semillas que se convertirán en la próxima generación de cetáceos. En el pasado, la bahía fue conocida como “de ballenas”, seguramente por el impacto que los mamíferos causaron en la mente de aquellos primeros observadores.
El arribo de la vida
Las playas arenosas son campos fértiles para el desarrollo de las nuevas camadas de seres vivos. Así lo constata el arribo anual de las tortugas marinas, reptiles adaptados al medio oceánico pero ligados a su milenario pasado terrestre; el cual, las obliga a regresar a las costas arenosas de la bahía para depositar su preciado cargamento de huevos. De las cinco especies de tortugas marinas que potencialmente llegan a las costas mexicanas, la golfina (Lepidochelys olivacea) es la que casi en su totalidad anida en las playas de la región. Es importante destacar la labor de protección y conservación de nidos y huevos de tortugas que anualmente realizan el gobierno, las instituciones educativas y las organizaciones no gubernamentales.
Corales
También, debajo de la superficie del océano la vida se recrea en formas animales tan extrañas que, por sus enramadas estructuras, nos arriesgaríamos a llamar plantas. Estas formas que asemejan vegetales son los corales, verdaderos animales que forman colonias dentro estructuras calcáreas que dan firmeza a su organización biológica. La bahía alberga al menos doce especies de corales, denominados pétreos (por su rígida naturaleza), que constituyen colonias en las cuales se dan cita gran diversidad de peces y otras especies que buscan alimento, refugio, descanso o pareja.
Viveros naturales
Las islas y los manglares son viveros naturales en los que los ciclos de creación ocurren constantemente. En las islas Marietas, al norte de la bahía, especies netamente marinas como los pájaros bobos patas azules (Sula nebouxii) y cafés (Sula leucogaster), las golondrinas marinas o charranes de las especies embridado (Sterna anaethetus), bobo café (Anous stolidus) y real (Sterna maxima), la gaviota ploma (Larus heermanni), el cormorán de Brandt (Phalacrocorax penicillatus), entre otros; se reproducen en grandes colonias que oscilan entre los 300 a 30,000 individuos. En tierra, los sistemas de manglar como el estero El Salado, la laguna El Quelele, Boca de Tomates y el estero Boca Negra, ofrecen espacios adecuados con alimento y protección para la reproducción de especies acuáticas. Pero, de entre todos ellos, Boca Negra sobresale por presentar trece especies anidantes, la gran mayoría garzas acuáticas.
Magníficos reptiles
Los manglares son ambientes en los que aún se contempla la figura de los magníficos cocodrilos, seres cuyos ancestros fueron testigos del nacimiento y ocaso de los dinosaurios. A pesar de que han sobrevivido en el mundo natural por cerca de 250 millones de años, hoy vemos con tristeza cómo son disminuidos y acorralados en la bahía por la sed expansionista de los límites humanos (en el pasado fueron mermados por la caza comercial para la obtención de su piel), y por el temor innato que experimentamos ante la presencia de un depredador. Hace más de ocho décadas se contaban por cientos o hasta miles en la región; sin embargo, actualmente sólo sobreviven en la bahía un par de centenares de cocodrilos de la especie de río o americano (Crocodylus acutus), nativa de la costa del Pacífico mexicano y de gran parte de Centro y Sudamérica, que se las arregla para vivir y reproducirse satisfactoriamente en este ambiente prácticamente urbanizado. No es un cocodrilo que represente peligro para los humanos, por el contrario, le teme y huye de su presencia.
De la fantasía a la realidad
Otros animales que han cautivado a los habitantes de la bahía, son aquellos que rememoran a fantásticas, míticas y crueles serpientes marinas. Desde hace muchos años personas de todas las edades y condición social, narran sus encuentros con misteriosos ofidios marinos de grandes dimensiones que surcan las aguas costeras de la localidad. Estas serpientes tienen la particularidad de vararse ocasionalmente atrayendo la atención de la gente. Pero, un análisis detallado de los cuerpos inertes, permite transmutarlos de ofidios quiméricos a peces apacibles. En realidad la quimérica serpiente es un alargado pez de cuerpo dorado llamado remo (Regalecus glesne), de hasta 11 metros de longitud, que ostenta en su cabeza una aleta escarlata en forma de penacho. Su silueta asemeja a aquellas serpientes marinas descritas en los bestiarios medievales.
De realidad a la fantasía
Contrariamente al pez remo que del mito pasó a la realidad, algunos otros animales que pueblan la bahía se han transportado de la realidad al mito. La transformación experimentada les permitió jugar papeles de relevancia cósmica dentro del sistema cultural de los pueblos del México indígena. De entre todos los animales, el venado cola blanca (Odoicoleus virginianus) se destaca desde el punto de vista alimenticio y ritual. Para la etnia de los huicholes del occidente del país, fue y es símbolo de vida y de fertilidad. Al jaguar (Panthera onca), que por fortuna lo podemos encontrar en los bosques tropicales del norte y sur de la bahía, se le asociaba con el poder político y las fuerzas ocultas de los hechiceros. Los antiguos mexicanos decían que su hermosa piel moteada era el nocturno cielo estrellado. El verde plumaje de la guacamaya (Ara militaris) tuvo gran valor como adorno de los dioses y hombres de antaño. Hoy se contempla su brillante color verde en ejemplares que estruendosamente surcan los cielos y anidan en lo alto de los árboles de la sierra sur de la bahía. Los colibríes, cuya diversidad en la zona es de cerca de trece especies, son de diminuto tamaño y errático vuelo veloz, que en el pasado fueron identificados por los aztecas como símbolos de sangre y guerra. Creían que las almas de los guerreros muertos en combate, se transferían a los cuerpos de los colibríes.
El tinte del caracol
Los étnias mixtecas, nahuas, chontales y huaves de México, tienen aprecio, veneración y respeto por una especie particular de caracol: el caracol púrpura, el cual se distribuye a lo largo de las costas de Oaxaca, Michoacán, Colima y Jalisco. Este particular caracol secreta un fluido blanquecino, espumoso y lechoso, que cambia gradualmente de color cuando se expulsa al exterior. En contacto con el aire, este fluido adquiere tonalidades que varían del amarillo al azulverde hasta que, finalmente, logra su estabilización en un bello e intenso tono púrpura. El color púrpura del tinte brinda su nombre al caracol (llamado científicamente Plicopurpura patula pansa) y es el responsable de su utilización por el hombre prehispánico para teñir sus vestimentas, por ser este matiz un símbolo de grandeza y poder. Una historia que pierde sus orígenes en la raíces del tiempo, cuenta que durante la conquista de México, ocurrió un encuentro belicoso entre los nativos de la bahía y los aventureros españoles. Se narra que cerca de 20,000 indígenas se presentaron ataviados con sus ropas de guerra y portando armas decoradas con pequeñas banderas teñidas de pigmento púrpura del caracol. De este no muy grato encuentro, se derivó el actual nombre de la bahía: banderas. Nuevos para la ciencia Bahía de Banderas es una formidable caja de sorpresas biológicas porque, cuando se creía que se sabía todo sobre sus inquilinos animales, la ciencia descubre una nueva especie: es decir, se traen a la vida seres que ni en lo más profundo de nuestra imaginación se concebía su existencia. En 1994, se logra el hallazgo de una hermosa tarántula de tono ocre bautizada como Brachypelma klaasi. Tres años después, la tortuga del fango, Kinosternon chimalhuaca, se describe para el sur del estado de Jalisco pero, no fue sino hasta el 2003, cuando se descubre en la bahía. Más recientemente, en enero del 2006, se publica el hallazgo de una nueva especie de sanguijuela de agua dulce (Haementeria lopezi). El hallazgo de nuevas especies como las arriba descritas, nos invita a reflexionar sobre la necesidad de conocer y entender la naturaleza animal dentro de la Bahía de Banderas, porque sólo así se logrará su conservación y aprovechamiento para asegurar su futura existencia. Pero el entusiasmo y los recursos económicos para lograrlo no deben ser limitantes, los limitantes son el tiempo y la indiferencia que, desafortunadamente, tienen la mesa servida para que en un par de décadas más (sino hacemos algo drástico), aniquilen lo que la naturaleza ha logrado edificar en millones de años de evolución. Como lo cita el Dr. Juan Luis Cifuentes Lemus, destacado biólogo y naturalista mexicano: “el que conoce la naturaleza y sus elementos, los quiere y, el que quiere, protege y conserva”.